"La alfarería me permite cubrir los gastos de mi casa, pero espero que después de que pase la pandemia pueda ganar más"
Pablo nació el 24 de octubre de 1985 en Areguá. Vive en la emblemática alfarería Páez Monges del barrio San Roque.
Su especialidad, en primer lugar, es el moldeado, le
sigue el torno. Es miembro de la Asociación de Artesanos de Areguá.
Pablo pertenece a la familia de alfareros Páez Monges
donde aprendió su "métier". El torno lo aprendió con el alfarero Adán
Goiburu.
Varios de los miembros de la familia viven y trabajan en
su casa-alfarería situada en un lugar privilegiado en la parte alta de la
ciudad y en las inmediaciones del casco histórico de Areguá.
Pablo comenzó a trabajar la arcilla a los 10 años, hacía
palomitas, sapitos y planteras colgantes con molde. También hizo alcancías
pequeñas en forma de chanchitos (con molde) y pelotitas para el decorado de las
ánforas. Desde el 2012 hace tortugas, yacarés (cocodrilos) y rostros de viejos,
todas sus piezas se caracterizan por ser chiquitas.
En la alfarería trabajan, además de los Páez Monges,
Silvino Barrientos, encargado de la quema y Carlos Fretes encargado de colar el
barro.
La materia prima que usan es la arcilla blanca y negra,
leña o madera para la quema del horno. La materia prima viene de Itaugua,
Pirayú, Santa Helena y Tobati. Pablo comenta que las herramientas que usan para
darle terminación a las piezas las compran y además las fabrican
artesanalmente. También utilizan gubias, piedras, metales y plásticos.
Vende sus productos en su casa (la alfarería) y en el
CCDL.
Participó en la exposición “2 generaciones” en el CCDL en
el 2012 y en el 2017, en la 2da. Bienal Internacional de Arte en la exposición
“Los Alfareros de Areguá”.
Pablo dice que el trabajo de la alfarería le permite
cubrir los gastos de su casa, pero espera que después de que pase la pandemia
pueda ganar más. También cree que falta
más mercado, que se valore más la alfarería y la concientización de nuestras
autoridades.
Para él las mayores dificultades son las inclemencias del
tiempo, el poco mercado, no tener capital, no tener buenas instalaciones y que
nuestros paisanos no valoran el trabajo del alfarero.
Las instituciones que más lo apoyan son el CCDL y el
Instituto Paraguayo de Artesanía (IPA), compran y promocionan el trabajo.
Para Pablo tiene que haber incentivos y una escuela de
capacitación para que los jóvenes quieran seguir trabajando en la alfarería.
Para terminar, calcula que en su barrio hay 9 alfarerías
más productivas y otras pequeñas. Esto significaría que un 70% de las familias
del barrio viven de las alfarerías y a fin de año aumenta, pues se suman más
familias que se preparen para la Expo Pesebre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario