Ogwa (Flores
Balbuena) nació en Puerto Caballo, Chaco paraguayo, en 1937.
La etnógrafa
Branislava Susnik incentivó su producción artística para documentar las
costumbres y la mitología del pueblo silvícola Ishir (grupo Ebytoso
- Chamacoco).
Según Ana
María Spadafora, antropóloga del CONICET (Argentina): “la obra de Ogwa
se destaca no solo por la creatividad con que el artista escenifica la
mitología tradicional del pueblo Ishir, los paisajes chaqueños y las diversas
especies animales que lo habitan, sino también por tener el mérito de ser la
primera expresión plástica figurativa de un pueblo cuyas manifestaciones
creativas tradicionales se cifraron en motivos abstractos y ligados a la
pintura corporal. Su creciente interés por la pintura también es algo que
destacar”.
Seres míticos |
Estando ya
muy enfermo, entre el 2007 y el 2008, Laurence Griffin-Vene organizó una
gran muestra de sus obras en el Musée de Tessé (Le Mans, Francia).
Dejando un
inmenso legado, Ogwa falleció el sábado 10 de mayo de 2008. Fue velado en el
Centro Cultural de la República.
OGWA / Pintar de memoria
ADRIANA
ALMADA
Ogwa no es
un indígena más. Sin dejar de ser marginal, circula en ambientes culturales y
hasta oficiales y diplomáticos, mientras su obra se expone -junto a expresiones
de arte contemporáneo- en galerías nacionales e internacionales.
Su situación
es muy especial. Muchas veces he tratado de imaginar cómo se estructura su
universo personal, donde la experiencia del miedo y la humillación encuentra su
contracara en el recuerdo de un mundo irrecuperable.
Ogwa es un
sobreviviente. Su historia ilustra muy bien las complejas relaciones que genera
el cruce, normalmente traumático, de culturas. Nació en el bosque, cerca de Bahía
Negra, no sabe exactamente cuándo, y se crió en él, allí, donde los
“abuelos”(1) escondían a los niños mientras cruzaban la frontera con Brasil
para cambiar plumas de avestruz por víveres.
El bosque,
que tanto aparece en sus relatos visuales, era un ambiente protector, pródigo
en miel y frutos silvestres. Es el ambiente que conoció desde “la bolsa”(2) de
su abuelo , el que lo cobijó -ya adolescente- de los aviones rasantes de la revolución
del 47(3) y del que disfrutó hasta antes de “amansarse”(4).
A Ogwa
siempre le dijeron que había que cuidarse de los blancos, de los paraguayos.
Las anécdotas impiadosas sobran. Tan acostumbrado está a la desgracia que ya ni
se inmuta al contar episodios de infancia cargados de violencia.
Un día las
cosas cambiaron radicalmente en su comunidad.
“Llegó
una chica, Wanda, y otra señorita, Nora, de unos dieciséis o dieciocho
años, y trajeron la Biblia. Ellas cantan y predican y nosotros estábamos
nomás... Cuando se fueron las chicas viene el Padre. Por ejemplo, el lunes
vienen las chicas y el martes viene el Padre y así va. Hasta que la chica se
consiguió para su gente, para sus creyentes(5), y el Padre ya consiguió para
sus católicos. Ya tenemos una iglesia de creyentes y una iglesia católica. Y
nosotros tocamos las campanas pero no tenemos ropas. El padre puso una campana
en el monte y dijo ‘así ustedes ya vienen cuando se toca’. Fue difícil para los
abuelos… pero entonces cambió su idea. Las hermanas llegaron con una bolsa.
Ellas vinieron encima de animales, burro, bicicletas... y allí la bolsa. Para
nosotros la ropa y algo para que no te piquen más mosquitos. Y yo le dije a
nuestro abuelo, pero él dijo no, no, no, porque esa gente viene para comernos.
Ellos no sabían… Entonces las hermanas abrieron la bolsa… eran caramelos... Y
agarran y nos tiran, como a las gallinas nos tiran los caramelos, y entonces
pelan uno y muestran, y una dice mirá éste y come ella. Entonces los abuelos
miran y comen también y allí vienen saliendo, vienen amansados, y ellos se
amansan y vienen ya, pero estaban desnudos”. Era el año 49.
“Y nosotros
en ese tiempo casi no teníamos nombres de paraguayos. Mi nombre, Flores
Balbuena, me pusieron las hermanas. Me preguntaron qué día yo nací, y yo no sé…
Y pusieron así, a cálculo nomás...”(6) .
Fueron ellas
quienes lo alentaron a registrar lo que veía.
“Las
hermanas dormían ahí con nosotros, con otras hermanas, y el Padre allá con otro
pa’í. Las misioneras tiraban su hamaca y ellos estaban ahí curioseando y
mirando qué es lo que hacen nuestros abuelos. Entonces ellos, los abuelos,
sacan sus plumas, plumas para curar a los enfermos... todas son diferentes, y
para escuchar lejos… y el potytac, el ‘compañero de las plumas’, lo que los
shamanes usan para que pueda ponerse encima del enfermo y chupan, sacan las
enfermedades, hacen un pozo y le meten ahí. Así ellos hacen, y ellos están
mirando cómo es, y un día me pasan las hermanas montones de papeles con
montones de lápices de colores y me dicen ‘pintá, eso que tu abuelo está
haciendo vos tenés que pintar, pintá nomás’… Yo no sabía que algún día iba a
vivir de esto”.
Con el
tiempo Ogwa se convertiría en un valioso informante, muy apreciado por
etnógrafos y antropólogos, y en incansable reproductor de escenas míticas
originadas en los relatos de sus ancestros, los ishir ybytoso(7).
“¿Vos ya
viste el bosque que yo hice, el bosque que vuela? -me pregunta-. El bosque
vuela, quiere decir que el monte, las islas, diferentes árboles, cada árbol con
su esposo, con su compañero, salieron a la tierra y eso hizo un ruido y miraron
nuestros abuelos, salieron, y el bosque se fue. Y eso quedó en nuestra
historia, porque dicen que van a terminar los bosques y esto ya es como algo
guardado, como depositar el bosque para el futuro, y los abuelos eso querían
saber, ¿para qué? ¿qué es el futuro? ¿qué es lo que tenían que ser para
nosotros los tiempos nuevos?” .
Cuenta
también que
“cuando
el bosque se fue quedaron unas lagunas grandes para nosotros; cuando yo llegué
ahí estaba el palo borracho, ése que yo pinté, del que salen los peces, el palo
borracho de mi edad, y cuando yo tenía mis dos hijos primeros y los llevé ahí
dijeron los paraguayos ‘no, éste ya es nuestro campo’ y nosotros no podemos más
llegar allí porque ya tiene alambrado.”
La palabra Ogwa
se traduce como “riacho de bosque”. Así lo llamó su abuelo Guejeje, el
que escuchaba a los pájaros y seguía sus indicaciones para encontrar agua
durante la Guerra del Chaco, frente a un pelotón de soldados paraguayos(8).
Ogwa lo recuerda con una sonrisa:
“Le
agarraron a mi abuelo y le pusieron una camisa verde y le llevaron los
paraguayos. Se puso su gorra, encima de una mula con muchas balas, y ellos no
saben qué lo que está hablando este viejo porque él no entiende ni castellano
ni guaraní, pero su orientación lleva lo que hablan los pájaros, entonces les
muestra ‘acá hay agua’. Y cuando no había agua él lleva al ejército y cava la
sandía del monte, la sandía de la que salieron los mitos de adentro, no sé si
vos ya viste, ésa que dibujé. Entonces ellos primero le ponen uno, y después
dos, y después ya sale Capitán. Y le cambiaron su nombre porque era muy
difícil, y le llamaron ‘Pintura’, Capitán Pintura. Él se pintaba todo. Cuando
murió, los paraguayos hicieron un papel que parece trapo, es para siempre ese
papel, y decía ‘Capitán Pintura, orientador de tal parte’... entiende?”
La
conversación con Ogwa es fascinante. Todo lo que narra está de una u otra forma
plasmado en sus dibujos. Gran conocedor de los rituales, lamenta no poder
realizarlos más porque a sus hijos ya no les interesan, así que la
representación de los mismos en su obra se vuelve doblemente significativo.
“Monene
es una historia de los antiguos, una historia de las siete mujeres chamanes. Y
cuando yo hablo de mitología es anábsoro. Yo estoy recordando y pintando
nomás lo grabado en mi pensamiento. Ésos son los sentidos de nuestros abuelos”.
Sin embargo,
la fidelidad documental –tan necesaria a los fines científicos- aquí poco
importa. Que sus historias adquieran nuevas configuraciones o se diluyan en la
reiteración, no expresa sino el estado interior de quien se ha visto obligado,
una y otra vez, a negociar y renegociar sus patrones identitarios.
A pesar de
esto, sigue sintiendo su trabajo como algo comunitario, pues entre los
indígenas lo artístico no está diferenciado de las otras esferas de la vida. No
es una calidad específica ni individual. Con su hijo realiza tallas en madera
que evocan animales del bosque, los temidos y los domesticados, mientras las
dos nietas pintan sobre sus dibujos a lápiz y colorean en base a pequeños y
simplísimos moldes de cartón que él mismo recorta para multiplicar fácilmente
–reproductibilidad contemporánea- las siluetas danzarinas de los chamanes. Son
ellas, incluso, quienes escriben las leyendas breves en la parte inferior de
las láminas y hasta las firman, orgullosas, con el nombre de su abuelo: Flores
Balbuena, Ogwa. Lo personal y lo colectivo, en nexo indisoluble.
OGWA DIXIT
“Cada
pintura (corporal) que nosotros hacemos son diferentes, son para las frutas,
son para los peces, son para los animales del bosque, son para las mieles de
abeja … Si yo me pinto toda mi cara de negro y todo mi cuerpo está negro y yo
agarro el blanco y me pongo, entonces estoy llamando a las frutas y ése es el
significado de mi cuerpo, entonces yo puedo danzar con esto para que haya la
fruta”.
“Mi abuelo
me enseñó todo lo que yo hablo, ellos nos enseñaban una hora cada uno, se
turnaban. Por ejemplo, vos sos mi abuelo y me enseñás una hora y me dejás, te
vas y viene otro abuelo y nos cuenta otra historia, y después se va y viene
otro, y cuando nosotros nos quedamos dormidos agarran un garrote y nos pegan
para que atendamos otra vez”.
Notas
1. Los
ancianos de la comunidad.
2. Bolsa
tejida de fibra de caraguatá que se usan los indígenas a la espalda para
transportar niños, víveres y hasta animales.
3. Guerra
civil en el Paraguay.
4. Término
usado por los indígenas para señalar su incorporación a la sociedad nacional.
5. Iglesia
evangélica conocida como “Misión a las Nuevas Tribus”.
6. Ogwa es
hijo de una ishir ybytoso, luego bautizada como Leonarda, y de un combatiente
de la guerra del Chaco, desconocido.
7. Fue
informante del etnomusicólogo Guillermo Sequera y del crítico de arte y
antropólogo Ticio Escobar. Su abuelo Guejeje había sido informante de la
antropóloga Branislava Susnik en la década del 40.
8. Inspirado
en él, Ogwa dibujó “El shaman escucha todos los gritos de cada ave”.
Fuente
Escrito en
Asunción, en enero de 2002. Publicado en: Adriana
Almada (Ed.). Premio Jacinto Rivero. Obras premiadas y seleccionadas, Ediciones
Faro para las Artes, Asunción, 2002, pp. 115-118 .
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